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lunes, 8 de octubre de 2018

Ana Arzoumanian en "Luna enlozada" (APOA en radio) el jueves 13-09-2018 desde radio "La Desterrada" - TEXTOS

Ana Arzoumanian. “Infieles” fragmento


De las piedras a las lanzas.
De las lanzas a los cuchillos.
De las flechas a las catapultas.
De la elegancia de las espadas a las dagas.
Quien te detesta carecerá de hijos varones.
La Avtomat Kalashnikova diseñada por Mikhail K. y estrenada mucho más tarde que las dagas, que el nacimiento del hijo de la abuela con ningún abuelo.
Más tarde de que ella no fuera asesinada.
Más tarde.
La Kalashnikova no alcanza a matarla, ni a ella, ni a su hijo.
La AK., liviana, fácil de portar. Tan fácil de portar que aun los niños de seis años pueden llevarla. Diseñada para niños soldados.
Quien te detesta carecerá de hijos varones.
¿Por qué no le habrán dicho a Mikhail que fabrique un arma suficientemente pesada para que un niño no pueda portarla?
De los cuchillos a los escudos.
Tamerlán.
El gran conquistador mongol por tierras del lslam y su imperio, del norte de la India hasta Anatolia y Siria.
¿Qué te hará entender lo que es el golpe? Es el día en que los hombres estarán como mariposas desorientadas. Respiro para no ahogarme. Los dedos. El cuello.
Me refugio en ti de ti.
Estambul hecha de madera. Las construcciones que luego fueron prohibidas, y solo casas de ladrillos y material.
Estamos en una feria de muebles usados. Mirarte caminar. Verte tocando la tapa de madera de las mesas, abrir cajones, sacarlos, medir. Verte medir como armando espacio dentro de ese espacio en el que yo miro. Ver a los vendedores ofreciendo, preguntando en plural: ¿qué desean? Verte elegir, verte reconociendo los muebles de tus casas, rescatándolos. Verme viéndote en el negocio de tu padre, en el taburete del piano de tu casa, frente a tu pizarra de dibujo. Como entrar en tu sueño en el mismo momento en que yo construyo el mío en una Estambul sin casas de madera. La calle Istiklal en mi sueño llena de teatros y cafés. Y el café Smyrna en esa calle que antes se llamaba Grand rue de Péra. Mi sueño en cafeterías de Aleppo, de Damasco, de El Cairo.
¿Qué te hará entender lo que es el golpe?Es el día en que los hombres estarán como mariposas desorientadas. Me tira de los pelos y me arrastra hasta los prostíbulos de Estambul. No hacia los prostíbulos, hasta la puerta que dejó abierta de su casa. Cogemos con la puerta abierta
¿Qué te hará saber lo inevitable?
Estambul edificada en ladrillos no se quema, y él tirita de frío.
El marido de la abuela se pone el uniforme con gran fatiga. Le resulta demasiado grande para él.
Cuando quieras hablar, tan solo tenés que mover los dedos.
Abrió el grifo. El trapo se empapó rápidamente. El agua fluía por todas partes. Pero durante un rato, todavía podía respirar pequeñas bocanadas de aire.
Ya basta.
Va a hablar; dijo uno voz.
Una hembra no está embarazada o da a luz sin que Él lo sepa.
Y dijeron: enterramos al tipo.
El pasado es un país diferente.
Y en el presente esta amnesia colectiva por la que algunos quieren recordar una historia que otros quieren olvidar.
Apostaron a que olvidarían.
Los que cumplen los pactos cuando pactan, los constantes en la adversidad, en la desgracia y en el momento de la calamidad, ésos son los veraces y ésos son los temerosos. La lengua, una marca, una herida, una ofensa; la lesión.
Y yo oía su sangre, el zumbido de sus oídos.
El brazo se caía, la tos aún no le llegaba a la garganta, el aire que se iba, se iba, y él todavía ahí, o casi. Casi muriéndose, remolcado en huesos que se deshacían en mi mano, y mi mano fresca que lo acariciaba. No para mostrarle dónde sino para retenerlo mientras su rostro, su frente se frotaba contra mi rostro. Un perro moribundo arrastrado en sus venas. Y el altar vacío, y mi mano fresca en su nuca intentando remontarlo, despegarlo del mar de coral donde se hundía.
Comed y bebed hasta que os parezca distinto el hilo blanco del negro en la aurora.
No te voy a a pedir que me ahorques.
El terror se ejerce al precio de las heridas que se inscriben directamente en el cuerpo.
La madre del niño, mi abuela, era iletrada. Su lenguaje era el de los dolores obstétricos.
A la abuela le faltaba un mar. Se enterró, como su lengua se enterró entre las piernas del soldado.
La abuela sabe que la lengua no es más que los celos desatados. Una vigilancia celosa se monta frente a su lengua herida.
No te voy a pedir que me ahorques.
Comed y bebed hasta que os parezca distinto el hilo blanco del negro en la aurora.
Camino entre las calles sinousas del Gran Bazar. Incienso, dulces, cafeteras, lámparas, pistachos. Retablos como matrices marinas o terrestres. Y allí donde vidrieras lustrosas muestran alhajas, yo veo alfabetos podridos, escrituras quemadas, detritos verbales. Los pasajes me llevan hasta la esquina de los libros. Sobre los estantes, textos en una lengua de cenizas, de larvas, de fetos. Abortos, demoliciones. Detrás de las túnicas y de las alhajas, todo está hueco, sólo una hoja de higuera sobre el sexo.
No te voy a pedir que me ahorques, le digo.
Matadlos hasta que la persecución no exista.
Vine a Estambul para buscar al hijo de la abuela. Un hombre que no sabe de su madre, ni de los celos en la entrepierna de su lengua, ni de la vigilancia. Vengo a decirte que la pienses como la ausente. Ella es el desierto espacioso, un éxodo donde se vuelve furiosa, incluso buena. Te inventaría caminando hacia ella, despoblándola.
Las madres amamantarán a sus hijos dos años completos.
El santuario de piedra gris azulado con sus cuatro ángulos cubiertos de telas.
Y la pregunta del campesino que se acerca y grita: -¿infieles, tienen algún niño para vender?
Un túmulo.
Hacia abajo.
Galerías subterráneas construidas por varias civilizaciones como lugar de enterramiento.
Donde se está acostado.
Hacia abajo.
Los cementerios o las salas de baile para dar culto a los dioses de los muertos de los paganos.
Hasta allí penetra el eco de la pregunta: -¿infieles, tienen algún niño para vender?
Ésta es una generación desaparecida, tenga lo que adquirió y tened vosotros lo que adquiristeis, no se os preguntará por lo que hacían.
Si cierro los ojos tengo miedo de que te vayas.
Los hijos abandonados en los árboles no volvieron a cerrar los ojos nunca más.
Yo cierro los ojos sólo ante el roce de su miembro, su miembro que deshace todo resquicio de memoria.
Cuando los abra ya no recordaré quién, dónde.
Me repetiré a mí misma:
Esto es lo que se sabe.
Esto es lo que se sabe.
¿En qué relato, después de esto, creerán?

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