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jueves, 22 de noviembre de 2018

Este jueves 22-11-2018, de 19 a 20 hs., "Luna enlozada" (APOA en radio) con Lidia Rocha y Susana Szwarc


POEMAS DE LIDIA ROCHA

el viaje en que nos vimos
ojo a ojo veníamos de nada
como metidos en los propios huesos
y quemándonos
de demasiado
el cielo te dañaba la pupila
cerrado el párpado al daño de la tarde
y yo veía el alma silenciosa
viajar hacia tus ojos y mirarme
y hacer canción del día

Bajo lo verde de la hojas

blanco de nube atravesado de luz
abajo, vos reías
¿arrodillada hacia el jardín?
¿se elevaba él para tocarte?
yemas de tus dedos, rosas
¡Y yo perdido en el gesto taciturno!

zigzag azul tus piernas:
eclipse

vivías bajo lo más verde de las hojas

te llamaba hacia las piedras del cantero
pero vos, rocío, gota de agua,
sólo querías la carne de la sombra

insecto oscuro con pintas rojas
y una mata de pelo

yo sacudía las manos en el aire

tomarse de un trago el aceite del día
vicio de robar colores
antes que el atardecer me deje sordo
antes que el deseo te arrastre, golondrina
y sólo yo
con una chispa de tus ojos en mi mano
y me mienta

--- poemas de Así la vida de nuestra primavera



siempre y cuando yo no estuviera sola
y hubiera una distancia
entre el ojo y las lágrimas

hasta parecería fácil
sacudir el árbol
comer las frutas

siempre y cuando no viese
lo que era
ni lo que podría ser

en tanto recordara
las moras pero no
el cáncer el secreto la ineptitud la falta

si todavía se abriese un paréntesis
entre noche y niebla
en la barranca
donde arrojamos tus cenizas

si brillaran refugios
como huesos

--- poema de Soltar la casa


POEMAS DE SUSANA SZWARC

Andyamo
(o tres revólveres de Andy Warhol)

I
En esa bolsa: uno, dos,
tres los revólveres.
Re-vol-ver. Volver y volver y volver, así
muchísimas veces.
¿Se puede volver sin haberse una ido? Idas
a veces estamos y otras nos llamamos. Eh, sí
vos, revolvé la sopa con el revólver ahí,
en la otra bolsa, en el lugar común de la esquina.

II
Me ve cruzar. No hay nada que valga
la pena la revuelta, le digo con mi gesto.
Me dice, te llevo la bolsita, la tiro ahí.
No corazón, vos trabajaste más que yo
en este día.

¿Por qué le habré dicho corazón?

III
Andy, le digo a Andy, vamos
a revender este revólver.

Tengo la mano entera
trabada en el gatillo
pero Andy:
no quiere.

Ir y venir

Viene el hombre que me trae la comida
(me gusta pedirla, me gusta abrir el papel
en que la envuelven y dejarla enfriar.
Es otra mujer la que cocina y dos hombres
la reparten por las casas).

Pero este sábado
él me pregunta: ¿qué hacés en tus clases?,
quiero leer poesía de ahora y no entiendo,
me dice.

Entonces lo hago pasar.
Busco los anteojos, busco el cenicero,
y abro a Juárroz primero
y abro a Gianuzzi después.
Me gusta abrirlos así, al azar, en alguna página,
ver cómo saltan las letras.

Café y manzanas leo, mientras la comida
que me trajo este hombre
se enfría más sobre la mesa.

Nos enredamos en esa música ajena
que se nos hace propia y los ojos
del hombre que me trae la comida
se llenan de lágrimas. Entiendo, me dice,
eso que no entiendo.

¿Y Borges? Pregunta, ¿creés que podré
con él? Le acerco un pañuelo
de papel y se seca las lágrimas.

Antes de irse él vuelve a preguntar: ¿entonces
me hicieron creer que no entiendo?

No entendemos
y ni falta que nos hace. Basta con llevar esas frases a la boca.

El hombre que me trae la comida se va.
Y yo saboreo lenta los trocitos.


Por si no lo pudiste escuchar "en vivo", compartimos el enlace para escuchar el programa!!
https://soundcloud.com/la-desterrada/luna-enlozada-apoa-22-11-2018


FELIZ 2018... COMPARTIENDO "LUNA ENLOZADA" DESDE "LA DESTERRADA"!!

jueves, 8 de noviembre de 2018

Este jueves 08-11-2018, de 19 a 20 hs., "Luna enlozada" (APOA en radio) con Eduardo Cormick y Natalia Oroño


Va una nueva invitación desde "Luna enlozada" (APOA en radio) para este jueves 08-11-2018, de 19 a 20 hs., con Eduardo Cormick –escritor- + el saludo de Natalia Oroño desde lo que no vimos de “La Juntada -de APOA- X Festival Internacional de Poesía Joven”... al aire desde http://ladesterrada.com/


Por si no lo pudiste escuchar "en vivo", compartimos el enlace para escuchar el programa!!
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FELIZ 2018... COMPARTIENDO "LUNA ENLOZADA" DESDE "LA DESTERRADA"!!

JOHN EVANS Y UN HERMANO 
de Eduardo Cormick 

John Evans cabalga junto a su tío. Van a Carmen de Patagones, a comprar caballos. Es el mes de junio del año 1888; hace mucho frío.
John no recuerda cuánto frío hacía en Gales. Él tenía tres años cuando llegó a la desembocadura del río Chubut. Era de los más pequeños entre los galeses que se fueron a la Patagonia.
Va montado en el Malacara, su caballo, el mismo que lo lleva a todas partes desde hace varios años. Su amigo, también, el que lo salvó en momentos difíciles.
--Acá no hay nada; nada más que frío en este desierto – piensa John. --Eso mismo es lo que dicen los de Buenos Aires -- recuerda y se siente incómodo al decirlo, con sólo pensarlo.
John aprendió a convivir con el clima, a caminar por los senderos, a descubrir el agua que brota detrás de una piedra, a aceptar los consejos de sus vecinos tehuelches y a llamarlos hermanos.
-- Allá no hace tanto frío – compara John en su pensamiento. – Allá, en el valle, no hace tanto frío.
Están atravesando la estepa patagónica. Dejaron atrás el valle del río Chubut y cabalgan por la meseta de Somuncurá. Cuando lleguen al valle del río Negro, Carmen de Patagones estará cerca.
--Ahí tampoco hará tanto frío -- se consuela.
John creció en este paisaje. Aprendió a reconocer las señales del clima, las nubes y los vientos. Aprendió a reconocer a los animales de la zona y sus costumbres. Conoció a los tehuelches, y se hizo amigo de uno de ellos, de su misma edad. Los tehuelches llegaban a la colonia con la carne de animales que habían cazado: maras, guanacos y choiques; los cueros y las plumas. Los galeses les daban algo a cambio; por ejemplo, les daban pan cocido en los hornos de barro.
Los chicos corrieron por los caminos de la colonia, aprendieron juntos a nadar en el río Chubut. Cada tanto su amigo se iba con su familia detrás de los guanacos; al tiempo volvía. Al volver le contaba que venía del oeste, donde hay montañas, hay agua abundante y oro.
Una de esas veces lo ayudó a amansar al caballo, al que llamó Malacara. Posiblemente, recuerda ahora John Evans, fue su amigo quien amansó el caballo, y él sólo ayudó. Después, montado en el Malacara, galopó junto a su amigo por el valle.
-- Uno así se hace amigo del caballo – explicaba el amigo. – El caballo, como un amigo, hasta arriesgará la vida por salvarte. --¿Dónde estará? – se pregunta John – Hace tanto que no lo veo.
Algún tiempo atrás, con veinte años recién cumplidos, John Evans y sus amigos de la colonia iniciaron una travesía al oeste, el agua abundante y el oro. Lo que les interesaba de esa travesía, en verdad, era el oro. Hacía un tiempo que los tehuelches no se acercaban a la colonia. Desde entonces no veía a su amigo. Fue cuando el ejército marchaba a ocupar el territorio. No era un buen momento para aventuras.
Los tehuelches, asustados, confundieron al grupo de galeses con los del ejército. Los vieron cabalgar despacio, lejos de la colonia, montando del mismo modo que los del ejército. Los persiguieron y mataron a casi todos. Si su amigo tehuelche hubiera estado con ellos, eso no habría pasado. Pero estaba el Malacara, y con su ayuda, John pudo escapar y volvió a la colonia. Ya no piensa volver al oeste. Por ahora se conforma con ir con su tío a Carmen de Patagones.
Los tehuelches no han vuelto a la colonia, y el ejército sigue su marcha hacia el sur, hacia el oeste, ocupando el desierto. A los que no matan en combate los llevan presos a Valcheta, donde los tienen encerrados.
Eso es lo que John Evans ve crecer a medida que avanza por el camino que está recorriendo con su tío, rumbo a Carmen de Patagones. Un campo cercado, donde están los tehuelches, como podría encerrarse una majada.
John está cada vez más cerca, ve que los prisioneros también se acercan; el Malacara hace un relincho corto, un saludo. Los prisioneros caminan junto al cerco y lo llaman. Presta atención a las palabras de los hombres; usan palabras en galés, y palabras en español; le piden ayuda, le piden pan.
Están cercados, y lo llaman. Tienen hambre, y le piden pan. Los guardias están armados y alertas cuando John se aparta del camino que sigue su tío y se acerca a lo que podría ser la entrada.
Cuando John se acerca todavía más, reconoce a su amigo, aquel que lo acompañó tantas veces a recorrer los campos, el que le enseñó a descubrir el agua, el que le contó que en el oeste hay oro.
El Malacara repite su relincho.
-- Oiga – le dice John al guardia que está en la puerta.
--¿Qué? – pregunta el guardia, con desgano.
-- ¿Por qué tienen a este hombre acá?
-- ¿A quién? – pregunta el guardia mientras gira su cabeza tratando de hallar uno.
-- A ese – John señala a su amigo.
-- Es un indio.
-- Es mi hermano.
-- No joda.
John quiere abrazar a su amigo, quiere llevarlo con él. Toma el dinero que su madre le regaló para que se compre un poncho y se lo ofrece al guardia. El guardia se echa el dinero a la bolsa y le permite entrar. Pero no lo deja salir con su amigo. Para eso necesitará una orden escrita; que lleve de Carmen de Patagones una orden escrita. John le deja pan y ropa a su amigo, le da un abrazo y la promesa de que volverá a buscarlo.
John viajará a Carmen de Patagones pensando en cómo rescatar a su amigo, pedirá consejo a su tío y le escuchará decir que lo mejor es que se olvide. John abandonará la idea de comprar caballos, y en cambio buscará al juez de paz, y le pedirá una orden escrita para liberar a su amigo. Él estará dispuesto a pagar una fianza. Ahora no puedo, escuchará decir al juez de paz que toma mate cocido junto al fuego, venga mañana. Volverá al día siguiente a repetir que puede pagar, y el juez de paz responderá que tal vez mañana, mejor venga mañana tempranito. Al fin John logrará comprar una orden escrita para liberar a su amigo. Dejará a su tío comprando caballos. Él se conformará con comprar dos caballos con sus aperos, porque ahora serán dos los que regresen al río Chubut y para esas distancias, se sabe, necesitarán dos caballos cada uno. Volverá a Valcheta y mientras cabalgue, imaginará la voz de su amigo pidiendo pan.
Sabe que debe cuidar a los caballos, pero por momentos galopará en una nube de polvo por achicar distancias. Esta vez le dirá ya tengo todo, tengo papeles y caballos. Ahora sí nos iremos a la colonia, y prepararemos juntos el viaje al oeste, a los bosques, los ríos y el oro. El guardia tal vez pida otro poco de dinero. También tendrá para él, y saldrán juntos de ese encierro para galopar hacia el sur, otra vez atravesando la meseta de Somuncurá, otra vez cazando una mara o un choique para comer, otra vez juntos.
Pero al llegar, ¿estará su amigo?, Tal vez cuando llegue, papel en mano, con los caballos listos para cabalgar, el guardia pateará el suelo para combatir el frío, y le dirá:
--No. Ese no está más. Se murió.
Ante una seña, el Malacara se detiene; los otros caballos, al ver al Malacara, se detienen también. John Evans, en el desierto, siente que ya no puede hacer nada, que ahora está solo.
Se apea para orinar. Sobre la loma hay un guanaco que monta guardia. Vigila mientras comen las hembras y las crías. --También ellos deben cuidarse. También están en peligro.
Pasa la mano por los ojos para quitar unas lágrimas molestas; monta y, con un taloneo suave, retoma la marcha sin apuro, tal vez sin esperanza.


En su avance para extender la soberanía argentina en la Patagonia, el ejército nacional incluyó, además de la muerte y el destierro, la técnica del confinamiento.
Los galeses pidieron, sin éxito, que los tehuelches fueran exceptuados de estas prácticas.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Este jueves 01-11-2018, de 19 a 20 hs., "Luna enlozada" (APOA en radio) con Ernesto Costa Perazzo

Por si no lo pudiste escuchar "en vivo", compartimos el enlace para escuchar el programa!!
https://soundcloud.com/la-desterrada/luna-enlozada-apoa-01-11-2018


FELIZ 2018... COMPARTIENDO "LUNA ENLOZADA" DESDE "LA DESTERRADA"!!

Ernesto Costa Perazzo 
Poemas. 


Todas las voces

Y vinieron todas las voces a crecer desde el cielo
o tal vez estaban ya, sofocadas por la tierra
acallada de casas y arenales,
de caminos robados al río.
Tal vez habitaban ya entre las sombras del álamo,
en los cauces de esos arroyos que festejaban la infancia.
Nunca me enseñaron cómo se armaban para expresar
esos claros sonidos;
este anhelo de pronunciar la vida.



Una partida

Ay, el corazón, el miedo, esa otra lágrima
que no espera la decisión de un cielo silencioso,
perdido entre los días, transformado sobre islas
de incontables anhelos, una esperanza tras otra
que mece la cuna del niño impasible ante todos sus temores;
el corazón, ay, confundido por un tiempo sin códigos,
un juego de cartas repetidas desde el comienzo, desde el primer corte;
barajar de nuevo ya no importa; envejece frente a mí
lo que fue el milagro de unos ojos;
aún guardo escondida la foto de ese invierno
en que sonreías ante un destino deslumbrante.
Me vuelvo hacia los grises empedrados,
hacia esos ríos siempre quietos,
me vuelvo con el corazón que ya no habla, ya no dice, solo escucha
un profundo, desgarrado grito del amor.



La huida

De esta huida nada quedará seguramente,
será lo que imaginamos, como una tierra muerta,
baldía, pero también inexistente.
De este solar se destruirá hasta la última piedra;
no verá el otro día ni otra luz ni otro destello,
ningún asombro en la tarde que termina,
ninguna estrella turbia que inquiete este destino.
Hay un jardín oculto que comparte su nostalgia;
cosas que sucedieron yacen ahora en mi vida
junto con estos libros, las efigies, cierto cuadro
dibujado en el misterio y el eco silencioso
de un poema nunca terminado.



Lo perdido

Se oyen las voces de lo perdido,
sus murmullos, el recuerdo que aparece
disfrazado de fugaces verdades.
No le creas, están lejos de nuestras vidas,
ya se han ido, son nubes superpuestas
hacia arriba del cielo,
hacia el tonto mundo de lo infinito.
No le creas, nunca volvieron,
no atestiguan, juegan con la memoria,
son de un reino terrible; codifican el dolor,
resplandecen, inmóviles, como últimas imágenes
que jamás volverás a encontrar.



DEL OTRO LADO DE LA LUZ

Que la muerte sea suave
para alguien que amó tanto los cielos.
Que sea el perfume del aire en primavera,
el candor del frío de julio,
la dulce sombra de un níspero,
los azules fuegos de los patos en vuelo
sobre las islas nunca olvidadas de la infancia.
Pido nada más que un recuerdo alegre
para llevarme al infierno
de los ojos en sombras,
de los oídos mudos,
de la carne sin voz.
No puedo creerme
sin fundar la palabra que
obstinada persigue mis días.
No puedes creerte sin creerme
luz del otro lado de la luz.
Sonido elevado sobre tumultos de silencio;
en ti me inscribo.



CENIZA QUE SE PIERDE EN EL RÍO

A mi padre

Hoy es absurda esa ceniza que se pierde en el río,
Y mi memoria llora tu propia memoria;
La soledad, el silencio y esa ausencia
Que vi antes en otros, hoy la llevo.

Fuerte ha sido el movimiento de voces
en el alma.
Ya sin ti el olvido acuña su memoria.
Eres una historia del río,
Eres el propio pez en su ceniza.



ADVERTENCIAS

Uno llega tarde a todos lados donde llega.
Los años diferencian los días;
explicarlo es decir: esta gente
que pone los negocios hoy, no es mi gente.
Sin códigos
trafica la tarde con la ausencia y la lluvia.
Uno comienza a llegar tarde a todos lados
cuando se acerca el tiempo de no llegar más a ninguno.
Amor por los frutos y las noches palpitantes,
hasta que después no existen.

No soy el pájaro herido, apenas
me he pedido como hombre y la tarde
quebrada por la lluvia,
es un sueño que acaba
en la secreta noche de los ciegos.



Anotar la vida

Es una especie de memoria turbia anotar la vida;
la ventana donde se esperó que el tiempo
dejara los extraños países del ocaso,
el amor aguardado en las orillas de ese mar
que proponía el verano;
uno mismo, ansioso tras las plazas,
tenso por el deseo de sobrevivir en calma.
Cuando uno cree que anota la vida
se despide de ella
sin poder llevar una sola certeza
que enumere con fuerza
la mayor estrella,
el esplendor que significó
la simple permanencia.