“No olvidéis que la poesía,
/ si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
/ es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
/ cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin /
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...”
Juan L. Ortiz
Cuando escribo estoy siempre a la intemperie
La intemperie está dentro de mí.
A veces creo que escribo siempre lo mismo, en una suerte de recurrencia incompleta. Siento que no puedo salir de mi delta interior, surco siempre los mismos ríos.
Voy entre meandros.
Observo el paisaje.
Las imágenes que me enriquecen emergen, toman forma en mi pensamiento y devienen palabra, discurren.
Están siempre teñidas por la necesidad de concretud, el lenguaje y el concepto esquivo en un deslizamiento necesario e imposible: Siempre se escapa.
Una vez más hay otro paisaje tras el próximo recodo del río. Una nueva imagen que a la vez es la misma con nuevo traje del decir, con otras palabras.
También está el ritmo,
La remada
Hundo la pala del remo en el agua, a veces los tiempos se aceleran.
Otras veces, con corriente a favor, se vuelve vertiginosa, y debo clavar en el agua los remos de canto para no sucumbir en la ola.
El delta no se termina
Si parezco vislumbrar el mar abierto, es solo un respiro, un breve aliento,. Lo cotidiano anclando la palabra.
Es para no morir, que escribo, para estar viva.
Añoro las palabras, pero el verbo nuevo nunca me falta.
Transito observando las palabras a mi paso, las voy tomando, o mejor dicho, ellas me toman.
Laten y me llaman. Guían el tiempo como el péndulo de un reloj, como la marea.
Ahora mismo pienso en los poetas que precedieron el decir presente. Fueron nombrando en un corte transversal de la historia lo que mostraba el camino.
No resisto el viaje. Hay una especie de alimento, nutrición de la voz: mis lecturas, las pasadas y las futuras, lo que todavía no leí. El magnífico e imponente universo del poema escrito, el “gran salmo”, construido con todas las voces, las que vendrán.
La escritura no es elección después de todo, me tocó en suerte. Sumo mi pequeña voz.
Las palabras de mis ancestros, las voces leídas acumuladas en mi interior, ellas son el agua de mi delta.
El ritmo, el impulso de mi bote.
Todavía estoy aquí, nombrando.
Hasta que la muerte me silencie por toda la eternidad.
Tal vez ese día vea el mar.
Mariel Monente
7 de febrero de 2013
San Isidro.
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