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jueves, 8 de noviembre de 2018

Este jueves 08-11-2018, de 19 a 20 hs., "Luna enlozada" (APOA en radio) con Eduardo Cormick y Natalia Oroño


Va una nueva invitación desde "Luna enlozada" (APOA en radio) para este jueves 08-11-2018, de 19 a 20 hs., con Eduardo Cormick –escritor- + el saludo de Natalia Oroño desde lo que no vimos de “La Juntada -de APOA- X Festival Internacional de Poesía Joven”... al aire desde http://ladesterrada.com/


Por si no lo pudiste escuchar "en vivo", compartimos el enlace para escuchar el programa!!
https://soundcloud.com/la-desterrada/luna-enlozada-apoa-08-11-2018


FELIZ 2018... COMPARTIENDO "LUNA ENLOZADA" DESDE "LA DESTERRADA"!!

JOHN EVANS Y UN HERMANO 
de Eduardo Cormick 

John Evans cabalga junto a su tío. Van a Carmen de Patagones, a comprar caballos. Es el mes de junio del año 1888; hace mucho frío.
John no recuerda cuánto frío hacía en Gales. Él tenía tres años cuando llegó a la desembocadura del río Chubut. Era de los más pequeños entre los galeses que se fueron a la Patagonia.
Va montado en el Malacara, su caballo, el mismo que lo lleva a todas partes desde hace varios años. Su amigo, también, el que lo salvó en momentos difíciles.
--Acá no hay nada; nada más que frío en este desierto – piensa John. --Eso mismo es lo que dicen los de Buenos Aires -- recuerda y se siente incómodo al decirlo, con sólo pensarlo.
John aprendió a convivir con el clima, a caminar por los senderos, a descubrir el agua que brota detrás de una piedra, a aceptar los consejos de sus vecinos tehuelches y a llamarlos hermanos.
-- Allá no hace tanto frío – compara John en su pensamiento. – Allá, en el valle, no hace tanto frío.
Están atravesando la estepa patagónica. Dejaron atrás el valle del río Chubut y cabalgan por la meseta de Somuncurá. Cuando lleguen al valle del río Negro, Carmen de Patagones estará cerca.
--Ahí tampoco hará tanto frío -- se consuela.
John creció en este paisaje. Aprendió a reconocer las señales del clima, las nubes y los vientos. Aprendió a reconocer a los animales de la zona y sus costumbres. Conoció a los tehuelches, y se hizo amigo de uno de ellos, de su misma edad. Los tehuelches llegaban a la colonia con la carne de animales que habían cazado: maras, guanacos y choiques; los cueros y las plumas. Los galeses les daban algo a cambio; por ejemplo, les daban pan cocido en los hornos de barro.
Los chicos corrieron por los caminos de la colonia, aprendieron juntos a nadar en el río Chubut. Cada tanto su amigo se iba con su familia detrás de los guanacos; al tiempo volvía. Al volver le contaba que venía del oeste, donde hay montañas, hay agua abundante y oro.
Una de esas veces lo ayudó a amansar al caballo, al que llamó Malacara. Posiblemente, recuerda ahora John Evans, fue su amigo quien amansó el caballo, y él sólo ayudó. Después, montado en el Malacara, galopó junto a su amigo por el valle.
-- Uno así se hace amigo del caballo – explicaba el amigo. – El caballo, como un amigo, hasta arriesgará la vida por salvarte. --¿Dónde estará? – se pregunta John – Hace tanto que no lo veo.
Algún tiempo atrás, con veinte años recién cumplidos, John Evans y sus amigos de la colonia iniciaron una travesía al oeste, el agua abundante y el oro. Lo que les interesaba de esa travesía, en verdad, era el oro. Hacía un tiempo que los tehuelches no se acercaban a la colonia. Desde entonces no veía a su amigo. Fue cuando el ejército marchaba a ocupar el territorio. No era un buen momento para aventuras.
Los tehuelches, asustados, confundieron al grupo de galeses con los del ejército. Los vieron cabalgar despacio, lejos de la colonia, montando del mismo modo que los del ejército. Los persiguieron y mataron a casi todos. Si su amigo tehuelche hubiera estado con ellos, eso no habría pasado. Pero estaba el Malacara, y con su ayuda, John pudo escapar y volvió a la colonia. Ya no piensa volver al oeste. Por ahora se conforma con ir con su tío a Carmen de Patagones.
Los tehuelches no han vuelto a la colonia, y el ejército sigue su marcha hacia el sur, hacia el oeste, ocupando el desierto. A los que no matan en combate los llevan presos a Valcheta, donde los tienen encerrados.
Eso es lo que John Evans ve crecer a medida que avanza por el camino que está recorriendo con su tío, rumbo a Carmen de Patagones. Un campo cercado, donde están los tehuelches, como podría encerrarse una majada.
John está cada vez más cerca, ve que los prisioneros también se acercan; el Malacara hace un relincho corto, un saludo. Los prisioneros caminan junto al cerco y lo llaman. Presta atención a las palabras de los hombres; usan palabras en galés, y palabras en español; le piden ayuda, le piden pan.
Están cercados, y lo llaman. Tienen hambre, y le piden pan. Los guardias están armados y alertas cuando John se aparta del camino que sigue su tío y se acerca a lo que podría ser la entrada.
Cuando John se acerca todavía más, reconoce a su amigo, aquel que lo acompañó tantas veces a recorrer los campos, el que le enseñó a descubrir el agua, el que le contó que en el oeste hay oro.
El Malacara repite su relincho.
-- Oiga – le dice John al guardia que está en la puerta.
--¿Qué? – pregunta el guardia, con desgano.
-- ¿Por qué tienen a este hombre acá?
-- ¿A quién? – pregunta el guardia mientras gira su cabeza tratando de hallar uno.
-- A ese – John señala a su amigo.
-- Es un indio.
-- Es mi hermano.
-- No joda.
John quiere abrazar a su amigo, quiere llevarlo con él. Toma el dinero que su madre le regaló para que se compre un poncho y se lo ofrece al guardia. El guardia se echa el dinero a la bolsa y le permite entrar. Pero no lo deja salir con su amigo. Para eso necesitará una orden escrita; que lleve de Carmen de Patagones una orden escrita. John le deja pan y ropa a su amigo, le da un abrazo y la promesa de que volverá a buscarlo.
John viajará a Carmen de Patagones pensando en cómo rescatar a su amigo, pedirá consejo a su tío y le escuchará decir que lo mejor es que se olvide. John abandonará la idea de comprar caballos, y en cambio buscará al juez de paz, y le pedirá una orden escrita para liberar a su amigo. Él estará dispuesto a pagar una fianza. Ahora no puedo, escuchará decir al juez de paz que toma mate cocido junto al fuego, venga mañana. Volverá al día siguiente a repetir que puede pagar, y el juez de paz responderá que tal vez mañana, mejor venga mañana tempranito. Al fin John logrará comprar una orden escrita para liberar a su amigo. Dejará a su tío comprando caballos. Él se conformará con comprar dos caballos con sus aperos, porque ahora serán dos los que regresen al río Chubut y para esas distancias, se sabe, necesitarán dos caballos cada uno. Volverá a Valcheta y mientras cabalgue, imaginará la voz de su amigo pidiendo pan.
Sabe que debe cuidar a los caballos, pero por momentos galopará en una nube de polvo por achicar distancias. Esta vez le dirá ya tengo todo, tengo papeles y caballos. Ahora sí nos iremos a la colonia, y prepararemos juntos el viaje al oeste, a los bosques, los ríos y el oro. El guardia tal vez pida otro poco de dinero. También tendrá para él, y saldrán juntos de ese encierro para galopar hacia el sur, otra vez atravesando la meseta de Somuncurá, otra vez cazando una mara o un choique para comer, otra vez juntos.
Pero al llegar, ¿estará su amigo?, Tal vez cuando llegue, papel en mano, con los caballos listos para cabalgar, el guardia pateará el suelo para combatir el frío, y le dirá:
--No. Ese no está más. Se murió.
Ante una seña, el Malacara se detiene; los otros caballos, al ver al Malacara, se detienen también. John Evans, en el desierto, siente que ya no puede hacer nada, que ahora está solo.
Se apea para orinar. Sobre la loma hay un guanaco que monta guardia. Vigila mientras comen las hembras y las crías. --También ellos deben cuidarse. También están en peligro.
Pasa la mano por los ojos para quitar unas lágrimas molestas; monta y, con un taloneo suave, retoma la marcha sin apuro, tal vez sin esperanza.


En su avance para extender la soberanía argentina en la Patagonia, el ejército nacional incluyó, además de la muerte y el destierro, la técnica del confinamiento.
Los galeses pidieron, sin éxito, que los tehuelches fueran exceptuados de estas prácticas.

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