Me interné en el bosque
poco a poco
saqué mi ropa
mis pantalones
mi remera
mis zapatos
desnuda camino sobre ese verde
echo raíces
no quiero estar en otra parte.
Un vendaval
desprende mis pies
y me tira a una pileta
mi cuerpo se funde
hace un agujero
en el agua
creo morir
nada me salva
miro mis manos
pienso que están azules
pero no, destellan luz
que sorprende mis ojos
por alguna razón
lo dorado me cubre
y mi voz es
un hálito perfecto.
Cuando abro los cajones
polvo estelar
vuela por la habitación
hay estrellas que circulan
a mi alrededor
todas las paredes se desmoronan
se despliega Saturno
con sus anillos
Júpiter me mira
con su ojo de costado
entre nebulosas violáceas
aparece Marte
choca contra la biblioteca
la invade de tierra roja
los libros y yo
volamos por el espacio
cúmulos estelares nos atraviesan
el infinito está en nosotros.
Cordillera de Sal
Queríamos ver caer el sol
pero continuaba altivo
con un rayo de nubes alrededor
iluminaba cada duna
cada trozo de roca senil
pisábamos con fuerza
pero nuestros cuerpos eran apenas
sombras que despertaban
con el oro de la arena
seres en una carrera contra el viento
tomar fotografías
era en vano
la sal rompía las lentes.
En la tarde de invierno
los copos
se posan en la piel
del campesino
resquebrajan su cara
él intenta guarecer
a las ovejas
pero no hay suelo firme
entre las colinas de nieve,
con su abrigo
no resiste
la presencia fría
caen, caen
los copos
en cámara ligera
mira al horizonte
cruza los dedos
suplica que un alud
no arrase
con todo.
Cecilia Carballo
desde el libro "Hay tierra bajo mis pies".
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