¿Qué es para mí la poesía? Es una pregunta difícil.
Para responder esta pregunta, voy a dividirla en dos: qué es para mí como lectora y qué como escritora.
Como lectora.
Creo que la poesía es un lugar de reconocimiento; en el sentido de que a través de la lectura reconocemos nuestros propios estados, nuestros fantasmas, nuestros miedos, los deseos, el amor, los abismos; es un espejo que nos devuelve algo de nuestra imagen, un espejo fragmentado; y es a través de diferentes lecturas que vamos armando una parte importante de quienes somos. Un libro leído hace tiempo hace eco en el hoy, aunque ese libro ya no signifiqué lo que significó, ahí está.
La poesía es también –le robo a Olga Orozco la comparación- un calidoscopio: una forma, un color, que de repente significan otra cosa; se resignifican. Los versos se cruzan, se entrecruzan, nos muestran y nos ayudan a vernos. Suele decirse que estamos atravesados y atravesadas por el lenguaje; yo prefiero pensar que estoy atravesada por los versos. Y es que soy, también, los libros que leí.
Como escritora.
La poesía es el lugar del conocimiento. El lugar que tengo para conocer el mundo y darle nombre; para conocer mi relación con el mundo; para decir lo que ya han dicho otros, pero esta vez con mis palabras.
Es un lugar de búsqueda que no se agota, porque no se agotan las maneras de decir ni tampoco las formas que tenemos de relacionarnos con todo lo que nos rodea. Esa búsqueda, la que se da en el poema, es una gran parte de lo que soy.
Escribir poesía es armar mi propio calidoscopio, reinventarlo, volverlo a reinventar y otra vez y otra y así. Por momentos es un juego y, por momentos, la vida. Y es que escribir también es una necesidad.
En esa búsqueda, la que se da a través de la poesía, es en donde confluyo como lectora y como escritora.
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