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jueves, 29 de enero de 2015

EVA LUCÍA ARMAS (Argentina)

Piquete ante la embajada

No voy a repatriarme a este extranjero
en que nadie me visa el pasaporte
ni voy a establecer la competencia
de quién tiene más puertos en sus mapas
de atar barcos hundidos.

El otoño descansa su cabeza de Adonis
en el regazo tibio de la vida
y junio empieza como un mes sin hojas
a mostrarse en los pájaros migrantes.

Yo permanezco, porque he permanecido,
obviada por la Ley de Extranjería,
siempre mojada y calma y cosechera
cuando todos exigen vacaciones
y se van sin firmar que se retiran
y regresan para volver a irse al día siguiente.

Hice hasta donde pude hacer sin pan.
Y hoy entendí qué pasa:

Tengo hambre.
De: El ánfora de barro

Las santas de Fellini

Los gritos de los cerdos acumulan
un chillido discorde sobre el tímpano
y se ensordece hasta la voz del címbalo
cuando además del cerdo, el perro aúlla.

Se erigen en custodios del chiquero
moralizando exhaustos e impolutos
su propia aberración, su piel, su esputo,
santificando al Diablo, recoletos.

Brutales brujas de confesionario
masturbándose a Dios en su entrepierna
la juegan de sagradas y modernas
siendo incapaces de admitir orgasmos.

Luego, llega un titán de pelo en pecho
que no le teme a la verdad desnuda
y ellas, segregadas pelotudas
inventan un espurio manifiesto.

Riámonos las dos, que hemos luchado
en todas las arenas de la muerte
de estas santas ad hoc, santas inertes
chicas del exorcista, comulgando.

La boca se les pudra y se les seque
igual que la vagina sacrosanta.
Son infelices antes de la muerte
porque su pequeñez las lleva en andas.

Son pobres, infelices, diminutas.
Consonancia mediante :
darían varias vidas por ser putas.

De: El ánfora de vidrio

Los santos de cartón

Mi rebelión se gesta como un monstruo pelado
con la boca sin dientes y las uñas quebradas,
jugando a la imprudencia de las desaforadas
cuestiones de algún hado
de cubilete torpe, como de torpe dado.

Mi rebelión se abre como un último aquenio
de un árbol que está seco pero resiste otoños
con la tozudez cruda que infecta a ciertos ñoños
que ocupan el proscenio
gritando a voz en cuello que Jesús era esenio.

No cree sin embargo  en la filantropía
como un claro anticipo de la melancolía
cuando no queda nada que justifique lucha.
El sordo nunca escucha
porque el mediocre es sordo para la rebeldía.

Así que háganse a un lado los justos invisibles
los rectos diminutos, los santos del derecho.
Háganse a un lado digo, que en corredor estrecho
se vuelven prescindibles
tantas disertaciones de idiotas inservibles.

Su nada, es más que un hecho.
¡A mí, los invencibles!

De: El ánfora de vidrio

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