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jueves, 19 de junio de 2014

DANIEL CALMELS

LOS ARTISTAS VELAN
Por Daniel Calmels



"Esta molestia de sentir
que uno depende de su propio cuerpo"
Antonin Artaud
En la vida de los antiguos héroes
la herida infaltable rondaba los cuerpos.
Fue en Vulcano y en Edipo
la triste pierna desvariada.
En Sigfrido el hombro herido
para temer la palabra muerte.
En Sansón la pérdida indolora.
Y en Aquiles la ley del talón
lo convino a apaciguar su destino.

Pero hubo otros más cercanos
que defendieron el derecho de soñar
aún a costa de detener con el cuerpo
las oleadas feroces de tristeza:
Fue la pierna de Rimbaud
rodando en un quirófano de Marsella,
la mano de Cervantes
multiplicándose en la escritura,
Quevedo riendo de su cojera
con "una pata torcida para el mal",
los ojos de Borges
imaginando láminas de colores pálidos,
Beethoven, con una varilla entre sus dientes,
comiéndose las vibraciones
que los oídos se negaban a tragar,
Toulouse Lautrec desde su espalda corva
viendo las narices más bellas,
y la oreja de Van Gogh
enterrada en un paño de limpiar pinceles.

Fijman con las sienes golpeadas
mientras grita: “Yo soy el Cristo Rojo”.
Baudelaire con la voz agónica
mientras escucha de la boca materna
un glosario de primeras letras
para una lengua antigua y herida
en la caverna húmeda de su boca,
y Antonin Artaud, cargando de fuego las palabras
hasta explotar de incomprensión.
Desde el fondo de un lujoso salón,
mientras camina al encuentro,
el joven Milosz recuerda con terror
que tiene padre y madre
e ignora de la bala que intentará olvidarlos.


"Si me mato no será para destruirme
sino para reconstruirme".
Antonin Artaud
Hubo otros, que apuraron el destino de un solo trago:
Gérard de Nerval colgado de un farol
con los bolsillos llenos de palabras.
Hemingway, en su último aliento,
apoyando su lengua en la boca de un fusil.
Lugones tropezando en la única mesa de la pieza de un recreo
con la boca llena de veneno para hormigas,
tan cerca de un río llamado tigre.
Y Pizarnik, envuelta en su sábana
como en una bandera,
apoyando su boca pintada
en la de una muñeca sin sonrisa.
Quiroga sobre sus cuentos y en la selva
apurando los ácidos del estómago
única defensa ante la muerte.
Y Alfonsina arrepentida en el último instante
queriendo desandar sus pasos,
empujando con su pecho el mar.


"De pronto la palabra adquiere
la dimensión del gesto".
Aldo Pellegrini

Otros, arrancados salvajemente de las letras
con las palabras puestas:
Haroldo llevado a un país
donde ningún árbol se llama con nombre de mujer,
y Miguel Angel Bustos
ganándole el juicio a la razón más bella,
y Paco y Rodolfo
bajo la lluvia voraz del Eternauta
encontrando las puertas cerradas para siempre.

De cuerpo presente
los artistas velan,
para que el dolor se ilumine de esperanza.

LA ALMOHADA DE LOS SUEÑOS
Versión para la infancia



Muchos años antes de los abuelos, cada persona tenía una almohada, sólo una por persona. Se preparaba pensando en ella desde antes de nacer.

Se bordaba su nombre y se le entregaba al recién nacido para que lo acompañara toda la vida.

Durante las noches, cada hombre tenía un sueño que al despertar quedaba guardado en la almohada, para desovillarlo la próxima noche y seguirlo como un tejido interminable.

Usar la almohada de otro era soñar un sueño ajeno, por eso las almohadas nunca se prestaban.

Un rey que mandaba por aquellos tiempos, quiso saber el sueño de todos. Era tan grande su curiosidad que ordenó reunir todas las almohadas del pueblo.

Sabiendo que tardaría una vida en usar una almohada por noche, hizo que las repartieran por el piso y sacaran las plumas de cada una, cuidando que no se mezclaran.
Así estaba en el enorme patio de su castillo retirando un puñado de plumas de cada almohada, cuando una enorme e inesperada ráfaga de viento las mezcló a todas.

Asustado por lo grave del hecho, mandó a reunir las plumas como vinieran en suerte, rellenar las fundas y devolverlas a sus dueños.

Desde ese día los hombres tuvieron sueños extraños.

Sueños incompletos, partes entrecortadas de muchos otros soñantes.

Personas y lugares desconocidos, raros encuentros.

Es por eso que desde esos tiempos, cuando soñamos, buscamos la punta del ovillo de una madeja de sueños compartidos.


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