Friedrich Hölderlin
1
Salgo todos los días, siempre buscando un algo diferente,
ya he interrogado a todas las sendas del país,
ya visité todas las sombras y lo alto de las colinas frescas,
y las fuentes; arriba y abajo anda errante mi alma,
implorando reposo: de esta manera huye el ciervo herido hacia
los bosques,
a donde a mediodía era costumbre suya descansar, a la sombra,
tranquilo,
pero el lecho de musgo ya no es deleite para su corazón,
gime insomne, y el aguijón le espanta, inútil ya
el calor de la luz y el frescor de la noche
y baña en vano sus heridas en las olas del río.
Y como en balde tiende para él la tierra sus hierbas curativas,
y ninguno de los céfiros calma su sangre ardiente,
igual, parece, oh amigos, me pasa a mí, y nadie,
díganme, ¿nadie puede quitarme de la frente el triste sueño?
2
Sí, dioses de la muerte, sé que es vano suplicar, rebelarse
cuando tienen al hombre vencido, encadenado,
cuando lo aprisionan en la terrible noche,
de nada sirve ir contra ustedes, suplicar o buscarlos,
ni vivir con paciencia en este destierro de temor
y escuchar sonrientes su canto sereno.
Si debe ser así, olvida tu felicidad y duerme enmudecido.
Pero un sonido esperanzado en tu pecho germina,
no te es posible acostumbrarte, ¡no siempre puedes, alma mía,
y fantaseas en el interior de un sueño inalterable!
No es una fiesta para mí, sin embargo quisiera coronarme de
flores;
¿no estoy, acaso, solo? Pero algo apacible debe venir a mí
desde muy lejos, y debo sonreír y sorprenderme
al pensar qué dichoso me siento en medio del dolor.
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